sábado, 15 de junio de 2013

Curuguaty, año uno: Lo que la tormenta de Marina Cué se llevó


La masacre de Marina Cué, Curuguaty, fue el conflicto social agrario más grave desde la caída de la dictadura, con un impacto traumático en la sociedad y consecuencias nefastas en las relaciones internacionales, ya que desencadenó un cuestionado juicio político parlamentario, la destitución del presidente Fernando Lugo y la suspensión del Paraguay ante organismos como Mercosur y Unasur. Por todo ello, tendría que haber sido el caso más investigado y mejor esclarecido de nuestra historia reciente, pero no fue así.
Por el contrario, el caso Marina Cué significó no solo una lamentable regresión en términos de la institucionalidad democrática, sino también la reinstauración de un pensamiento fuertemente conservador e intolerante hacia lo diferente, ocasionando fracturas profundas en la vida nacional, en las relaciones personales y familiares. Como en la peor época del stronismo, muchos paraguayos y paraguayas volvimos a estar divididos, esta vez entre "golpistas" y "soberanos", enfrentando nuestras miradas con recelo y agresión, atacándonos a través de las redes sociales.
A un año de la masacre que causó la muerte de seis policías y once campesinos, existen distintas lecturas de lo que realmente ocurrió, según quien sea el que elabore el relato y cuáles sean sus visiones ideológicas o sus particulares intereses.
La Fiscalía y la Justicia, junto con las fuerzas de seguridad y los sectores de propaganda del Gobierno que asumió tras la destitución de Lugo, han insistido en llevar adelante una investigación visiblemente parcial y precaria, con una historia oficial elaborada sobre la hipótesis de que los campesinos ocupantes fueron los únicos culpables de la matanza, violando elementales derechos de los detenidos y sus familiares.
Desde el otro lado se insiste en que la masacre fue una perversa conspiración prefabricada para tumbar a un mandatario con inclinaciones socialistas, aunque las evidencias apunten a que fue más bien una utilización oportunista y maquiavélica de graves errores y debilidades políticas.
A un año de la masacre, el Estado se contradice a sí mismo. Mientras el Ministerio Público formuló sus principales acusaciones sobre la premisa de que los campesinos eran invasores de propiedad privada, el Indert (Instituto Nacional del Desarrollo Rural y de la Tierra) confirma oficialmente que las tierras de Marina Cué son de propiedad del Estado y no de la familia Riquelme. Es decir, el invadido era el verdadero invasor. Y entonces, ¿cómo queda todo?
A un año de la masacre, la desigual concentración de la tierra en el Paraguay no ha variado casi nada. La pobreza campesina, tampoco. La reforma agraria y el desarrollo rural siguen siendo solamente bellas promesas electorales pendientes.


(Publicado en la columna "Al otro lado del silencio", sección Opinión del diario Última Hora, edición del sábado 15 de junio de 2013).

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